En el artículo de Lawrence Stone «El resurgimiento de la narrativa», podemos encontrar algunas de claves para entender las aportaciones de la narrativa histórica respecto de la narrativa tradicional y la historia entendida como análisis de estructura. El autor critica que la disciplina histórica era desprestigiada, lo atribuye a que los historiadores se encontraban bajo la influencia de la ideología marxista, y de la metodología de la ciencia social.
Debido a ello, su foco de atención se centraba en las sociedades, y no en los individuos y por ello confiaban en hacer una historia científica que fuera capaz de producir leyes científicas. Sin embargo, Stone afirma que «la actual generación de ‘neomarxistas’ parece haber abandonado gran parte de los dogmas básicos de la historia marxista, ya que investigan sobre política, religión e ideología la idea de una historia científica».
En este sentido, Stone se lamenta de que los resultados de la «historia científica» no pueden verificarse mediante ningún método tradicional, ya que son muy complicados, y los propios investigadores no se ponen de acuerdo entre ellos. En los cincuentas y los setentas se obtuvieron buenos resultados, con un nuevo procedimiento analítico que ponía énfasis en los hechos económicos, demográficos y después en la estructura social.
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El resurgimiento de la narrativa histórica
Según comenta Stone, el resurgimiento de la narrativa se produjo como fruto del desencanto con el modelo económico determinista. De esta manera, el registro histórico habría demostrado que los hechos referentes a la economía, la demografía o el clima están relacionados entre sí. Y pone como ejemplo, que la familia nuclear precedió a la sociedad industrial.
Para el historiador es insólito que asuntos históricos de este tipo hubieran estado descuidados durante tanto tiempo. Pero un reconocimiento tardío de la importancia del poder, de las decisiones políticas personales por parte de los individuos ha obligado a algunos historiadores a volver a la modalidad narrativa”.
En este sentido, comenta que “los nuevos historiadores” fueron muy criticados por su obsesión por las fuerzas económicas, sociales y demográficas de la historia, y por su negativa a investigar con la suficiente fuerza la organización política y la toma de decisiones. Sin embargo, el reconocimiento tardío de las decisiones políticas personales y de los distintos resultados que podía ofrecer una guerra ha forzado a algunos de estos historiadores a volver a la narrativa.
Duro golpe a la narrativa histórica
En palabras de Stone, «otro de los acontecimientos que ha servido para asestar un duro golpe a la Historia analítica, ha sido que la cuantificación ha madurado y constituye, hoy día, una metodología para muchas áreas de investigación histórica». Lo cual ha propiciado que las argumentaciones ganen en credibilidad. No obstante, la cuantificación no ha logrado las grandes expectativas que se le presuponían. La mayoría de los problemas históricos permanecen sin resolver.
Por lo tanto, explica Stone que los historiadores se han visto obligados a regresar al principio de indeterminación y a reconocer que las variables son tantas, que no se puede elaborar un sistema para darles sentido. Por ello, han surgido nuevas preguntas que antes habían quedado relegadas que requieren la vuelta a la narrativa.
Uno de los cambios más importantes ha sido el interés por los sentimientos y las emociones, esto es, las normas del comportamiento y los estados mentales. Por lo tanto, según Stone, se ha sustituido la sociología y la economía por la antropología como elemento más influyente en las ciencias sociales. Pero la psicohistoria sigue siendo insuficiente todavía. Asimismo, ha sido muy influyente la psicología debido al creciente interés por los deseos sexuales, las relaciones familiares y los vínculos emocionales.
En opinión de Stone, la metodología con la que se estudiaban “los grandes libros” en la llamada historia tradicional, no seguía una disciplina científica. En cambio, la historia del pensamiento occidental está volviendo a escribirse mediante la reconstrucción del contexto y el significado de las palabras.
Por otro lado, la historia tradicional de las ideas de las ideas del pasado se está adaptando al panorama cambiante de los medios de comunicación. Por lo que ha nacido la disciplina de la historia de los libros.
En la actualidad, se está volviendo a contar relatos. Pero existen diferencias con los historiadores narrativos tradicionales. “El análisis resulta tan esencial para su metodología como la descripción”, afirma Stone. Además, “el relato sobre una persona tiene como objetivo “arrojar luz sobre los mecanismos internos de una cultura o sociedad del pasado”.
El debate
En su artículo «Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración», Peter Burke afirma que la narración histórica ha sido objeto de varios debates. «En primer lugar nos encontramos con la conocida y larga campaña que opone a quienes afirman que los historiadores deberían tomarse más en serio la estructuras que los acontecimientos, y quienes siguen creyendo que el trabajo de los historiadores es contar historias», asegura el autor.
En este sentido, Burke explica que los historiadores estructurales han mostrado que la forma tradicional de escribir historia olvida aspectos importantes del pasado. Entre ellos, el marco socioeconómico y la forma de pensar de la gente. Lo cual significaría que la narración la historiografía es como la ficción.
Por su parte, los historiadores que son partidarios de la narración han manifestado que el análisis de estructuras «es estático y, por tanto, ahistórico en cierto sentido». Otro elemento en el que difieren los historiadores narrativos y estructurales, es en la manera en sus modos de dar la explicación histórica. Los primeros se centran en intenciones particulares y los segundos en cuestiones más generales.
Por su parte, los historiadores narrativos han iniciado otro debate sobre las maneras que tienen que afrontar sus estudios. El historiador del cine Siegfied Kracauer fue el primero en sugerir en 1960 que la ficción moderna supone un reto, para los narradores históricos aprendan técnicas para enfocar sus investigaciones.
Narración densa de Clifford Geertz
En 1979, el antropólogo Clifford Geertz desarrollo el concepto de narración densa para desarrollar una técnica que interpreta una cultura ajena utilizando la descripción. Lo que quería conseguir es un narración lo suficientemente densa como para analizar no solo las acciones de sus agentes, sino también de las estructuras. A juicio de Burke, «los historiadores podrían aprender algo de novelistas como Tolstoi y Simazaki, pero no lo suficiente como para resolver todos los problemas literarios». Debido a que los historiadores no tienen libertad para inventar sus personajes, ni sus palabras ni sus pensamientos. Debido a ello «no dan solución al problemas de las estructuras».
De esta manera, Burke concluye que historiadores como Febre y Braudel «estuvieron justificados en su rebelión contra una forma tradicional de narración histórica». Asimismo, la historiografía se vio muy enriquecida por la expansión de sus temas y por el ideal de «historia total». No obstante, la historiografía se ha visto afectada por el abandono de la narración y se ha iniciado una búsqueda de nuevas formas. Por ello, Burke propone buscar nuevas técnicas en las obras de ficción del siglo XX.
Eric Hosbsawn en el artículo “Sobre el renacer de la narrativa” crítica la tesis de Lawrence Stone sobre el renacer de la “historia narrativa” y porque se ha producido un declive de la «historia científica». A juicio de Stone, esto se debe a la desilusión con los modelos deterministas y económicos.
En este sentido, Hosbsawn admite que en los siguientes veinte años tras la Segunda Guerra Mundial se dio un descenso de la historia política y religiosa para comprender la historia. Asimismo, el autor también acepta que ha aumentado el interés por temas que eran marginales. Sin embargo, no admite que ello equivalga al renacer de la «historia narrativa», tal y como la concibe Stone ya que su análisis no realiza un estudio cuantitativo.
Para Hosbsawn, Stone no ha adoptado la historia narrativa ya que en las obras que cita la verdadera intención es esclarecer alguna cuestión más amplia que va más allá de la narración. Por ello, los historiadores siguen creyendo en la posibilidad de generalizar en las sociedades humanas y su evolución. Así, «la nueva historia de hombres y mentes, ideas y acontecimiento cabe verla como algo que complementa el análisis de estructuras y tendencia socieconómicas».
Por ello, a juicio de Hosbsawn, se puede elegir ver el mundo a través de un microscopio en lugar de un telescopio siempre y cuando aceptemos que estamos el microcosmo en lugar del macrocosmo.
Trama y narratividad
Antoine Prost, en su ensayo “Trama y narratividad” afirma que hay un método crítico «para establecer, a partir de las fuentes, respuestas fiables a las preguntas que se plantean los historiadores». Sin embargo, no se ha podido identificar un método histórico que nos permita distinguir la buena historia de la mala.
A su juicio, no es suficiente con mostrar el arraigo social, científico y personal de las preguntas, sino que deben de estar acompañadas de una idea aproximada, de los documentos que permitirán responderla, así como de los planteamientos a seguir para lograrlo. De esta manera, «todavía necesitamos distinguir entre las preguntas que conducen a construir hechos y aquellas que apelan a una intriga».
Para el historiador «se puede reconstruir el mismo dato factual bien como acontecimiento bien como elemento de una estructura, según el tipo de estructura se haya escogido». Así, la intriga como configuración permitiría comprender cómo se articulan en la obra histórica los diferentes niveles. Lo cual significa que se trata la historia como género literario, pero sin que ello signifique que se trata únicamente de eso. Por ello, estaríamos hablando de una novela pero en palabras de P.Vayne, una novela verdadera.
Tareas pendientes, desde este punto de vista, de la historiografía actual.
En su conocido artículo «La larga duración» Fernand Braudel, afirma que hay una crisis en las ciencias humanas debido al gran progreso y la necesidad de un trabajo colectivo que de momento no está coordinado. Para el autor la historia de los últimos cien años, la mayoría de veces política, ha trabajado sobre el tiempo corto. Por eso, «la reciente ruptura con las formas tradicionales de la historia del siglo XIX no ha significado una ruptura con el tiempo breve. Un día o un año podía parecerle una buena medida a un historiador político». Sin embargo, estudios de una curva de precios o las variaciones de la tasa de interés precisaban de medidas mucho más amplias.
Según, Braudel nace un relato histórico nuevo llamado «recitativo» que puede llegar a proponer unos diez años o medio siglo. No obstante, «se está verificando un retorno al tiempo breve porque parece más necesario coser las juntas de la historia cíclica y la historia corta tradicional que ir hacia delante, hacia lo desconocido».
De esta forma afirma Braudel que «nos encontramos metidos en el tiempo de corta duración». La dificultad se encuentra en descubrir la larga duración, dentro de la investigación histórica donde obtenga éxitos innegables. Ciclos, interciclos, crisis estructurales ocultan las regularidades las permanencias de los sistemas.
Para el autor, la historia se comprende a través de la larga duración. Así, en cada momento de la investigación, hay que distinguir entre oleadas breves y largas. Y concluye con una opinión de Lucien Febvre, en la que se muestra partidario de «no pensar únicamente en el tiempo corto no creer que solo los actores que hacen ruido son los más auténticos; hay otros silenciosos».
Asimismo, Febvre afirma que la “historia inconsciente” es un dominio a medias del tiempo coyuntural y del tiempo estructural. Por lo tanto, la revolución se trata de una revolución de la mente a la que hay que darle mayor espacio en detrimento, de lo evenemencial. Con este fin, se han construido nuevos instrumentos de investigación y conocimiento. Los modelos no son más que instrumentos de investigación y de conocimiento que funcionan como hipótesis. Mediante este modelo se puede abordar, fuera del medio social otros medios sociales, a través del tiempo y del espacio.
Las matemáticas sociales sirven para crear un modelo del cual extraer conclusiones que resuman todos los estudios previamente realizados mediante ecuaciones de otros aspectos diferenciados. Tareas pendientes, desde este punto de vista, de la historiografía actual.
Para Febvre es admirable el trabajo de Claude Lévi-Strauss de ampliar el sentido del lenguaje a las estructuras elementales de los mitos y de los intercambios económicos, entre otros. De tal forma que reduce los mitos a las fórmulas más elementales los ‘mitemas’. Y la última fase de la investigación sociológica sería averiguar las relaciones de todos los lenguajes para traducirlos al lenguaje matemático.
Por otro lado, estas tentativas se pueden continuar fuera de la muy larga duración. El objetivo no es generar cifras sino estudiar las relaciones, para que se les puedan atribuir un signo matemático. A juicio de Febvre esto provocará una revisión obligatoria de los métodos observados por las matemáticas.
Como ejemplo, el autor pone el marxismo que tuvo éxito porque fue el primer modelo que utilizo la larga duración histórica. Sin embargo, «su trama quedaba en evidencia debido a los ríos cambiantes del tiempo (…) y la presencia de otras estructuras que precisan ser definidas». Análisis que podría recuperar su vigor a través de un estudio de la larga duración.
Para finalizar Febvre expresa su deseo de que se deje de discutir por las distintas fronteras de las ciencias sociales o sobre lo que es estructura o no. De esta manera, mediante los estudios futuros se intenten trazar los futuros temas que permitan alcanzar una convergencia.
La doble faz de la historia
En su artículo «La doble faz de la historia. Sobre la idea de la historia en Ortega» Juan Padilla aborda la concepción de Ortega y Gasset sobre la historia. De esta manera, podemos entender algunos de los dilemas a los que se enfrenta la nueva historia.
En este sentido, explica que el filósofo y ensayista tiene una sensación de insatisfacción con la historiografía realizada hasta entonces. En opinión de Ortega, «los libros de historia, a pesar de la toda la depuración crítica del siglo XIX y las primeras décadas del XX, siguen siendo básicamente un cronicón» ya que son imprecisos en lo esencial.
Para Ortega la construcción de la historia como ciencia debe basarse en una ciencia previa: la «metahistoria». Esta ciencia previa, la historiología será la encargada de determinar en qué medida la historia puede considerarse historia. “En ciencia tiene valor lo que puede repetirse”, afirma Ortega. La historia no es pura repetición pero incluye las repeticiones de otro modo al de las ciencias naturales.
Los automatismos sociales, los usos, carecen de sentido. Los usos son el instinto animal del hombre pero están hechos de materia histórica por eso si se les presta atención se puede observar que hay historia de ley, esto es, ciencia histórica. Por ello, según, Ortega la historia tiene que aspirar a explicar todo y para ello hay que establecer métodos. Por supuesto, “no se puede anticipar el futuro pero sí se puede prever el sentido típico del próximo futuro”, afirma Ortega.
En el ensayo “La historia en perspectiva” Juan Padilla hace un recorrido sobre la conexión de las ideas de Ortega y Gasset sobre la historia, esto es, como historia rerum gestarum. Uno de los apartados en los que se centra Padilla es en la concepción del filósofo sobre la manera de hacer las biografías.
Para Ortega escribir un buena biografía consiste en «no solo ponerse en la piel del biografiado, en pensar y sentir lo que él pensó y sintió, en reconstruir por así decirlo la psicología del biografiado».
En este sentido, comenta que la historia no es la ciencia de lo individual. En toda ciencia se manipulan leyes generales. No obstante, la biografía tiene objetivo en las vidas individuales aunque reclama la metodología de la historia. Y a su vez la historia no es posible sin la reconstrucción biográfica.
Así, la historia de una sociedad incluye muchas «historias» más o menos particulares o sectoriales. En estos relatos se incluyen muchos aspectos que no tienen que ver con la historia de la sociedad en cuestión.
Conclusiones:
El debate entre la historiografía estructuralista y la narrativa ha demostrado que estas metodologías no solo no son incompatibles sino que son complementarias. Sin duda, la aspiración de poder comprender el funcionamiento de las sociedades y el devenir de los acontecimientos históricos de una manera científica, se enriquece con los conocimientos que nos pueda aportar la microhistoria.
El antropólogo Clifford Geertz mediante la narración densa hizo importantes aportaciones para analizar no solo las acciones de las personas sino también de las estructuras que los mueven.
De igual manera, ni los propios historiadores marxistas sostienen la teoría de que la historia está únicamente motivada por las condiciones materiales de las naciones. Tuvieron que admitir de una manera tácita que la cultura es un importante motor.
Asimismo, el propio cambio de rumbo en la temática de las investigaciones que se realizan en la historiografía actual, demuestra un mayor interés por el estudio de las mentalidades para explicar los grandes aspectos de la historia.
Y si la cultura importa para explicar los macroacontecimientos nos has de interesar vivamente la historia narrativa. Porque a través de estos relatos podemos extraer valiosas conclusiones para conocer las estructuras históricas.
Ahora bien, existen dos dilemas principalmente sobre la metodología que se debe emplear. El primero de ellos se refiere a cómo escribir la historia narrativa. Actualmente, la tendencia es que los historiadores aprendan de las técnicas de la novela de ficción para realizar sus investigaciones y aproximarse todos los puntos de vista de una manera realista.
A mi juicio, este es un enfoque con un gran potencial ya que permitirá a los historiadores un camino más inmersivo para entrar en el conocimiento de las mentalidades. De hecho, muchas de las novelas que ha mencionado Burke en su ensayo pertenecen efectivamente al género de la no ficción, pero también están consideradas como obras clave del Nuevo periodismo. Esto es, son grandes reportajes literarios que únicamente están compuestos de hechos reales.
Ello no quiere decir que los escritores del nuevo periodismo no hicieran suposiciones a la hora de entrar en la mente de sus personajes, siempre y cuando estuvieran fundamentadas en datos. En este sentido, considero que los historiadores no tendrían que tener miedo de emular estas técnicas.
El segundo dilema más importante es el que atañe a la conexión entre la historia narrativa y la de estructuras. Desde hace varias décadas, las aportaciones de la historiografía parece que tiende a marcar la necesidad de crear una metodología que equipare la historia con las ciencias naturales.
Autores como Ortega han destacado la necesidad de crear una ciencia previa pero sobre todo han realizado aportaciones que pueden ir marcando el camino. Sus trabajos nos sirvieron para entender que los automatismos sociales no tienen sentido. Pero si se estudian sus repeticiones de una manera macrohistórica podemos empezar a entender las leyes de la historia y establecer métodos.
Es muy posible que si la historiografía sigue por esta senda en unos años sea capaz de establecer leyes o ‘mitemas’ o arquetipos para entender mejor las culturas de las sociedades a lo largo de la historia.
Recursos bibliográficos:
Fernand Braudel, «La larga duración», en Las ambiciones de la historia, Crítica, Barcelona 2002. ed. original en Annales, E.S.C., 4, 1958.
Lawrence Stone, «El resurgimiento de la narrativa: Reflexiones acerca de una nueva y vieja historia», en Id., El pasado y el presente, FCE, México 1986, ed. original en Past and Present: A Journal of Historical Studies, 85, 1979 .
Eric Hobsbawn, «Sobre el renacer de la narrativa», en Id., Sobre la historia, Crítica, Barcelona 2014, ed. original en Past and Present: A Journal of Historical Studies, 86, 1980.
Antoine Prost, Doce lecciones sobre la historia, Comares, Granada 2016, cap. 11: «Trama y narratividad”, ed. original: Douze leçons sur l’histoire, Seuil, París 1996.
Peter Burke, «Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración», ed. original: 2001.
Juan Padilla, «La doble faz de la historia» y «La historia en perspectiva», en Id., Ortega y Gasset en continuidad, Biblioteca Nueva, Madrid 2007 .